Sueño y envejecimiento
En 1879 Edison inventa la luz eléctrica. Una buena noticia…y una mala. A partir de ese momento podemos alterar de forma generalizada nuestro ciclo de sueño y abandonar la sincronización con la luz del día. En la actualidad se estima que el trabajo nocturno y el trabajo por turnos afectan al 20% de los trabajadores en sociedades industrializadas. E independientemente de los condicionantes laborales, tendemos a un modo de vida con mayor actividad nocturna, y disminución de las horas de sueño. De hecho se estima que en sociedades occidentales dormimos unas dos horas menos al día de lo que dormíamos hace 50 años.
Todos los organismos tenemos ritmos endógenos para ser más eficaces metabólicamente. Sueño- vigilia, temperatura, actividad motora, alimentación, rendimiento intelectual, producción de melatonina y cortisol…no se mantienen constantes a lo largo de las 24 horas del día. Estamos expuestos a cambios cíclicos (día/noche, estaciones), y constituye una ventaja adaptativa la anticipación de esos cambios mediante el desarrollo de ritmos endógenos.
En el siglo XVIII, un astrónomo francés, Jean Jaques Ortus de Mairan, observó que las hojas de la planta Mimosa Púdica, que en condiciones normales se retraen por la noche, continuaban abriéndose y cerrando a intervalos regulares cuando situaba la planta en completa oscuridad. Este descubrimiento abrió la puerta al descubrimiento del reloj biológico intrínseco.
Nuestro reloj biológico
Ese reloj interno se localiza en una parte de nuestro cerebro: el hipotálamo. El hipotálamo marca el ritmo. Constituye el marcapasos central, y emite señales (temperatura, hormonas, neurotransmisores…) para sincronizar al resto de los órganos, que a su vez tienen marcapasos periféricos. Cuando los marcapasos periféricos se desincronizan del marcapasos central, aparece lo que se llama cronodisrupción, que se puede traducir en patologías o envejecimiento prematuro.
Estudios epidemiológicos muestran una relación entre la cronodisrupción y el aumento en la incidencia de múltiples patologías como el deterioro cognitivo, trastornos afectivos, síndrome metabólico, enfermedades cardiovasculares e incluso algún tipo de cáncer.
Nuestros ritmos endógenos no tienen una duración exacta de 24 horas, con lo que necesitan sincronizadores externos para mantener una relación con el entorno. El reloj interno del hipotálamo tiene una periodicidad algo superior a las 24 horas. Por eso, si nos aíslan sensorialmente tendemos a acostarnos algo más tarde y levantarnos algo más tarde. Es lo que les ocurre a algunas personas ciegas. Otras en cambio se mantienen sincronizadas a los ciclos de luz y oscuridad gracias a que les funciona correctamente el haz retino-hipotalámico. Un haz que no transmite imágenes, pero lleva la información de la luz desde la retina al hipotálamo con lo que permite que éste siga haciendo su labor sincronizadora.
Sincronizadores del sueño
Y eso es así, porque la luz es el principal sincronizador que tenemos. Existen dos tipos de sincronizadores: el más importante es el biológico (luz-oscuridad). Los otros, son los sincronizadores sociales (horarios de actividad física, sueño, comidas, y relaciones sociales).
El ciclo luz-oscuridad, a través del hipotálamo, modula la producción de melatonina. La melatonina es una hormona que se sintetiza por la noche y por eso se la conoce como la “oscuridad química”. Tiene múltiples efectos sobre el organismo. Entre otros, es antioxidante (tiende a retrasar la oxidación relacionada con el envejecimiento), estimula la respuesta del sistema inmune, o tiene un efecto inhibidor del crecimiento de células cancerígenas. En las sociedades modernas la exposición a la luz por la noche afecta la producción de melatonina y se ha visto que están disminuidos sus niveles en enfermedades tan dispares como el Alzheimer, enfermedad coronaria, o el dolor crónico. Y en experimentos hechos en hámsteres manipulando los ciclos de luz/oscuridad, se ha visto la relación entre ritmos endógenos y el envejecimiento, demostrando cómo la manipulación de esos ciclos disminuye la longevidad.
Nuestra piel con cuarenta años no es igual que con veinte. Nuestras articulaciones, o nuestra capacidad visual tampoco. La capacidad de funcionamiento de nuestro hipotálamo también empeora con la edad y se va haciendo menos sensible a los sincronizadores. Así que para favorecer el sueño, evitar la cronodisrupción y retrasar el envejecimiento, es bueno que adquiramos hábitos que potencien la acción de los sincronizadores.
Dormir cuando es de noche en principio no debería ser tan complicado. De hecho, es lo que han tendido a hacer la mayoría de los humanos hasta hace unos 150 años.
Exponernos a la luz solar en las horas diurnas y evitar la exposición a luz brillante en horas nocturnas (sobre todo la parte azul del espectro lumínico), sería la principal medida. Y a ser posible, acompañar este hábito con el refuerzo de los sincronizadores sociales: practicar ejercicio físico de forma habitual, cierta regularidad en los horarios de alimentación, y el mantenimiento de relaciones sociales.