Inteligencia emocional: Qué es y cómo desarrollarla

Desde la Antigüedad, siempre se han observado las emociones como irracionales, impulsivas e impredecibles; por lo tanto, inútiles al pensamiento. Por ello, el estudio de éstas en muchas ocasiones ha quedado relegado, suponiendo que la expresión de las emociones representaba debilidad y no contribuía al desempeño personal. Siempre se ha pensado que el factor más importante para el desempeño personal y que predispone al éxito en la vida es la capacidad de razonamiento y el cociente intelectual de cada persona. Pero no fue hasta los años 60 cuando el psicólogo Walter Mischel identificó que la capacidad de autocontrol y gestión emocional suponía un buen predictor del éxito en la vida. Entonces brotó el germen del término “inteligencia emocional”.

La influencia de Mischel y la gestión emocional

Mischel ideó un experimento, el llamado “test de la golosina”, en el que evaluaba el autocontrol que tenían los niños. Este experimento consistía en valorar la capacidad de espera de los niños para recibir una recompensa. Se les ofrecía la posibilidad de obtener una golosina de forma inmediata o la posibilidad de obtener dos golosinas si eran capaces de esperar a que volviera el examinador. Los niños debían resistir la tentación y hacer una buena gestión del control de sus emociones para poder esperar de forma efectiva y obtener una mejor recompensa.

Años más tarde, Mischel y su equipo volvieron a evaluar a aquellos niños que habían participado en el estudio. Se dieron cuenta de  que aquellos que habían sido capaces de esperar durante más tiempo, tenían mejores competencias de adaptación que aquellos que no habían resistido la tentación. Observaron que mostraban mayor capacidad para gestionar situaciones de estrés, tenían mayor confianza en sí mismos, regulaban mejor sus propias emociones, alcanzaban sus metas con más eficacia y funcionaban mejor socialmente.

Esta capacidad, el autocontrol, supone un mecanismo básico de la inteligencia emocional y parece ser esencial para una adecuada adaptación a nuestro entorno. Hoy en día, se sabe que son factores que explican en mejor medida que el cociente intelectual, nuestra capacidad para desenvolvernos en el día a día y alcanzar el éxito a nivel personal, social y académico.

¿Se puede desarrollar la inteligencia emocional?

La inteligencia emocional es la capacidad que tenemos para percibir nuestras propias emociones y las de los demás, distinguirlas y utilizar esta información para guiar nuestro pensamiento y nuestra conducta.

La inteligencia emocional comprende cuatro habilidades básicas jerarquizadas por el nivel de competencia que requieren:

  1. La habilidad para percibir, identificar y expresar las emociones. Esta capacidad es el nivel más básico de inteligencia emocional y tiene una función adaptativa, ya que permite discriminar situaciones hostiles de aquellas que son más amigables.
  2. La capacidad para integrar las emociones en nuestro pensamiento y acciones.
  3. La comprensión de las emociones y cómo éstas se relacionan unas con otras.
  4. La regulación de las propias emociones para llevar a cabo conductas efectivas y adaptativas. Este proceso requiere comprender y manejar las emociones para orientar nuestro funcionamiento, obtener nuevas perspectivas y mejorar en la solución de problemas y creatividad.

Para qué sirve la inteligencia emocional

Esta capacidad de identificar, comprender y manejar las emociones predice nuestra adaptación al medio, mejora nuestro sentimiento de satisfacción vital, nuestra percepción subjetiva de la felicidad y está relacionada con una mejor competencia social y personal. Por ello, su desarrollo ha tomado tanto interés en los últimas décadas.

En las escuelas, desde hace algunos años ha adquirido especial relevancia la formación emocional, incluyéndola dentro de la programación curricular para fomentar el conocimiento de las propias emociones y desarrollar una adecuada capacidad de gestión emocional en la infancia y adolescencia.

En la etapa adulta, también se puede seguir desarrollando esta competencia. Las intervenciones que han demostrado más evidencias son aquellos programas basados en estrategias psicoeducativas y aplicación de terapias cognitivas conductuales.

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