Todo lo que debes saber sobre las arritmias

¿Cómo se siente una arritmia?

 

“Como un vuelco en el corazón”. Muchas personas se asustan al sentir una pequeña parada en el ritmo cardiaco habitual, como si les hubiese faltado un latido; o se preocupan cuando perciben sus latidos con más fuerza de lo habitual. En la mayoría de las ocasiones, el origen está en alguna causa cardiaca o en algún motivo psicológico o psiquiátrico (preocupaciones, ansiedad, somatizaciones…). Pero en no pocas ocasiones la explicación es puramente fisiológica. Por ejemplo, son frecuentes entre la gente de cierta edad que practica deportes de resistencia. También pueden aparecer como efecto secundario de algunos fármacos, o deberse al uso de estimulantes de la contracción cardiaca (tabaco, alcohol, cafeína, otras drogas como la cocaína o las anfetaminas…).

Como el funcionamiento del cuerpo humano es complejo, también hay muchas ocasiones en que no se llega a averiguar el motivo. En cualquier caso, afortunadamente, la mayoría de la gente que presenta palpitaciones, ni presenta arritmias malignas ni presenta problemas cardíacos graves.

 

Síntomas a tener en cuenta

 

Paradójicamente, aunque buena parte de las palpitaciones tiene su origen en el corazón, en pocas ocasiones las arritmias (alteraciones del ritmo del corazón) se acompañan de palpitaciones. Muchas veces los síntomas por los que se inicia el estudio que lleva al diagnóstico de una arritmia son la fatiga, intolerancia al esfuerzo, mareos, síncopes (pérdidas de conocimiento), dolor torácico, sensación de falta de aire, o edemas (retención de líquidos en las piernas).

Las arritmias son de muchos tipos. Las hay por enlentecimiento del ritmo habitual (bradiarritmias; ritmo inferior a 60 latidos por minuto), o por aumento del mismo (taquiarritmias; ritmo superior a 100 latidos por minuto). Las hay patológicas, y las hay fisiológicas.

Algunas son potencialmente mortales y requieren administración urgente de fármacos, cardioversión, control permanente del ritmo cardíaco mediante marcapasos, desfibriladores implantables o cirugías. Y en cambio otras son fisiológicas y no requieren ninguna intervención, como las frecuencias cardiacas bajas que se pueden encontrar en gente joven deportista, las frecuencias altas que son reacciones apropiadas (al ejercicio, a la fiebre, al estrés), o las fluctuaciones del ritmo cardíaco que se producen según el momento del ciclo respiratorio (con la inspiración o la espiración se producen pequeñas variaciones del ritmo cardíaco).

 

Fibrilación auricular

 

De las patológicas, la arritmia más frecuente es la fibrilación auricular. Es frecuente que coexista con otras enfermedades predisponentes cardíacas (hipertensión arterial,….),  respiratorias (síndrome de apnea del sueño), diabetes, o patología del tiroides. Suele aparecer a partir de los 60 años y consiste en la aparición de un ritmo cardíaco rápido y a la vez irregular. En muchos casos, la persona que la padece no nota ningún síntoma, con lo que no se sabe cuando se inició por primera vez. En otros casos, hay un claro factor desencadenante como una intoxicación alcohólica, o el postoperatorio de una cirugía cardiaca.

Puede ser intermitente, con periodos en los que aparece y otros en los que desaparece, o hacerse permanente. Se produce porque los latidos auriculares pierden la coordinación y se desorganizan. Esto hace que el corazón no pueda bombear la sangre con la fuerza habitual y la disminución de la velocidad de circulación y el estancamiento de la sangre en las aurículas cardiacas predispone a la formación de trombos (coágulos). Estos trombos con el tiempo pueden pasar a las arterias  y llegar a los pulmones y sobre todo al cerebro, estando implicados en la aparición a medio plazo de accidentes cerebrovasculares ( se calcula que es la causa de la cuarta parte de estos accidentes).

Entre las arritmias no sólo la fibrilación auricular se puede presentar de forma continua o intermitente. Es por eso que en muchas ocasiones no se detecta nada raro con un electrocardiograma convencional realizado en consulta, y se recomienda la realización de un holter, que monitoriza el ritmo cardiaco de forma continuada durante 24horas.  Y recientemente, algunos wearables (dispositivos tecnológicos que se llevan sobre el cuerpo, como relojes) están incorporando la realización de electrocardiogramas simplificados para poder ampliar el período de detección.

 

Conclusión

 

Por lo dicho hasta ahora se podría deducir que lo ideal es un funcionamiento regular del ritmo cardíaco. Y que la enfermedad es lo que nos lleva a perder la regularidad. Pero somos más complejos de lo que parecemos. Antes mencioné las fluctuaciones del ritmo cardíaco que se producen según el momento del ciclo respiratorio. Desde hace unas décadas se viene investigando la variabilidad de la frecuencia cardíaca como factor pronóstico de salud. Nuestros latidos cardiacos no se producen exactamente al mismo ritmo, sino que hay pequeñísimas  fluctuaciones, del orden de milisegundos, del intervalo de tiempo que pasa entre un latido y otro. Y para la salud parece que es tan necesaria esta variabilidad, como cierta regularidad. Porque cuanto menor es la variabilidad de la frecuencia cardiaca, mayor riesgo de desarrollo de enfermedades cardiovasculares.

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